Centro de Recursos Ministeriales "Sinaí"

ÍNDICE

Parte Cuatro
Cristología

Capítulo 44
La Crucifixión

La crucifixión era una forma de pena capital usado por los romanos para la ejecución de esclavos, extranjeros y villanos o criminales. Era la muerte más agonizante y humillante que se pudiera imaginar. Los clavos atravesaban las manos y pies de las víctimas. El crucificado era dejado sobre la cruz en agonía, aguantando hambre y expuesto. La crucifixión era una muerte prolongada; normalmente tardaba de tres a seis días para que la víctima muriera. Nuestro Salvador, sin embargo, murió después de sólo seis horas en la cruz. Pilato se maravilló de que él hubiera muerto tan rápidamente. Bajo la ley judía, los crucificados eran malditos de Dios. (Deuteronomio 21: 23, Gálatas 3: 13.)

La crucifixión de Jesús ocurrió fuera de la ciudad de Jerusalén en una colina llamada Gólgota (Juan 19: 17) y Calvario (Lucas 23: 33). Jesús murió en el decimocuarto día del mes judío Nisán, a las 3 de la tarde. Él tenía treinta y tres años y seis meses de edad. Tiberio Cesar era el emperador Romano, Poncio Pilato era el gobernador de Judea; Herodes Antipas era el tetrarca de Galilea; Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes judíos. (Lucas 3: 1, 2.)

La ejecución de Jesús fue contraria a la justicia. Él no hizo nada para merecer la muerte; era inocente. Los líderes religiosos judíos, jefes sacerdotales, ancianos, y escribas, fueron los instigadores del plan de mandarlo a la muerte. Estos líderes eran envidiosos de la popularidad de Cristo entre el pueblo. Ellos odiaron la Luz del Mundo porque sus hechos eran malos. (Juan 3: 19, 20.

La crucifixión de nuestro Señor fue precedida por su entrada triunfal en Jerusalén, su discurso en el Monte de los Olivos, su traición, su agonía en Getsemaní, su prisión, Sus cinco juicios (Sanedrín, Sanedrín, Pilato, Herodes y Pilato), y su sufrimiento por burlas y escarnio.

I. Tragedia y Sacrificio

La crucifixión de Cristo debe ser reconocida como ambos, tragedia y sacrificio. Debe ser considerada desde el punto de vista del hombre y del punto de vista de Dios.

Ante todo, la crucifixión de Cristo fue el mayor crimen de todas las edades. Los hombres asesinaron al perfecto e inmaculado Hijo de Dios. Él fue rechazado por los judíos, traicionado por Judas, condenado por Herodes y crucificado por los Romanos bajo Pilato. La tragedia del Calvario es, sin duda, la página negra en la historia del hombre. Un crimen más trágico no puede ser imaginado. Sin embargo, la crucifixión de Cristo fue el acontecimiento más maravilloso que ha ocurrido sobre la tierra. Fue el momento más sublime en el plan de salvación de Dios. En el momento en que los hombres estaban asesinando al Hijo de Dios con odio, Dios estaba sacrificando a su Hijo por amor. Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo. (2 Corintios 5: 19.) ¡Cuán agradecidos son los creyentes en que Dios dio a su Hijo en sacrificio por ellos! “La Ruda Cruz”, por lo tanto, fue la escena de ambos, asesinato y sacrificio. Fue una muerte por dos razones. Los hombres odiaban tanto que asesinaron; Dios amó tanto que dio. Ambos ocurrieron al mismo tiempo.

Los lados divino y humano de la cruz son mencionados juntos por Pedro en Hechos 2: 23. El verso está dividido en dos partes. "A este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" - esto es lo que Dios hizo. "Prendiste, crucificaste y mataste por manos de los injustos" - esto es lo que los hombres hicieron. El crimen del hombre se menciona en Hechos 4: 27: "Y verdaderamente se unieron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel." El amor de Dios se menciona en el siguiente versículo Hechos 4: 28: "Para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera." Hechos 3: 13- 17 se refiere al crimen de la humanidad; Hechos 3: 18 se refiere al sacrificio divino.

La salvación no se basa solamente en el crimen del hombre, sino sobre el amor y la gracia de Dios. El poder transformador de la muerte de Cristo no está en la tragedia, sino en el sacrificio. La salvación está basada no sobre lo que los hombres hicieron sino sobre lo que Dios hizo. Los hombres fueron responsables del crimen del Calvario; Dios y Cristo fueron responsables del sacrificio del calvario. Los que mataron a Cristo de ninguna manera compartieron la gloria aliada a su sacrificio. Los creyentes no están en deuda con Judas Iscariote porque traicionó a Cristo. Ellos no están en deuda con Poncio Pilato por haber permitido que Él fuera crucificado. Dios sólo recibe la gloria del Calvario. La salvación se hace posible no por el hecho de que los hombres asesinaron a Cristo, sino por la gloriosa verdad de que Dios dio a su unigénito Hijo para ser su Cordero en sacrificio para quitar el pecado del mundo. "Esto no es la cruz de Cristo, sino el Cristo de la cruz que salva."

La tragedia humana y el sacrificio divino están contrastados en la siguiente tabla:

Tragedia humana Sacrificio divino
El peor crimen del hombre El mayor don de Dios
Los hombres odiando a Cristo Dios amando al mundo
Asesinato Sacrificio
Externo y visible Interno y visto por fe
Planeado por los judíos Planeado por el Padre
Página negra de la historia Base de la salvación
Culpa de los hombres por el crimen Dios glorificado por el don
Cruz de Cristo Cristo da la cruz

Como antes se consideró, las personas en la oscuridad, no regeneradas, nada pueden entender sobre la muerte de Cristo más allá de la tragedia humana que fue, y en vano se esfuerzan por invertir el hecho con algún significado espiritual. Esto es dramatizado, los crucificados son multiplicados, pintados o figurados, clavados, y poetas hablan sobre los aspectos físicos de la muerte, y frecuentemente, nada descubren más allá de la angustia que fue para Él. Sin embargo, nadie ha trabajado en mayor confusión que la Iglesia de Roma por su afirmación de la transubstanciación y la aproximación a la idolatría de que ella hace uso con la providencia de imágenes. Roma es el supremo ejemplo de una religión basada en el crimen de la crucifixión, la cual, al mismo tiempo, carece de cualquier concepción de la gloria de la cruz. Hay una tragedia en la cruz, la cual nadie podría minimizar, pero no es el suelo de redención. Dios no está basando su inmenso don de amar sobre el supremo crimen de todos los crímenes. Él basa esto sobre la sublime verdad de que Él amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito para ser Su propio Cordero expiatorio. Cristo fue el Cordero de Dios, no de Pilato. Dios proveyó la sangre remitente, y no Caifás. (Chafer, Op. Cit., Vol. III, Pág. 47, 48).

II. El Sacrificio Voluntario de Cristo

El hecho de ser voluntario llevó a Jesús a la crucifixión. De su propia voluntad, Él se entregó por los pecadores. Él dijo: "Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo" (Juan 10: 18). El Cordero de Dios no fue compelido por el hombre para ser su sacrificio. Él voluntariamente escogió la cruz por amor ellos. Dos verdades están entonces unidas: Dios dio a su Hijo y su Hijo se dio. El Hijo de Dios "me amó y se entregó por mí" (Gálatas 2: 20). "Cristo también amó a la iglesia y se entregó por nosotros en oferta y sacrificio a Dios en olor suave" (Efesios 5: 2). "... Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella." (Efesios 5: 25). Él se "entregó por nosotros" (Tito 2: 14). "Él dio su vida por nosotros" (1 Juan 3: 16). "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate de muchos." (Mateo 20: 28). Isaías predijo: "Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca."(Isaías 53: 7).

Los judíos nunca podrían haber arrestado a Jesús, y los romanos nunca lo habrían crucificado si él no hubiera sido voluntariamente entregado a ellos. Durante la semana de la crucifixión, Jesús es visto como el Maestro de la situación. Él mismo se colocó como el movimiento de la cadena de acontecimientos que le llevaron hasta la crucifixión cuando resucitó a Lázaro de entre los muertos, entró en Jerusalén rodeado por la aclamación de la multitud que traía ramas de árboles, y defendió a la mujer que lo ungió con un costoso ungüento en la casa de Simón el leproso. Cuando la multitud encabezada por Judas Iscariote vino al Jardín de Getsemaní, Jesús se entregó en sus manos. Espectadores en la crucifixión desafiaban a Jesús a que se salvara. La multitud gritaba en burla: "¡Ah! Tú que derribas el templo, y en tres días lo edifica, sálvate a ti y desciende de la cruz ..." (Marcos 15: 29, 30). Los gobernadores judíos se burlaban: "Él salvó a otros, y no puede salvarse a sí mismo." (Marcos 15: 31). El supersticioso que pensó que Jesús llamaba a Elías dijo: "Dejad, veamos si Elías vendrá a bajarlo." (Marcos 15: 36). Los soldados dijeron: "Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo" (Lucas 23: 37). Uno de los malhechores que fue crucificado con él dijo: "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lucas 23: 39). Todos clamaban: "Sálvate a ti mismo". En lugar de haber clamado "Sálvanos a nosotros". No es que Jesús no pudiera salvarse a sí mismo; él podría salvarse de la crucifixión, pero no quiso salvarse a sí mismo. Él deseó entregarse a la muerte en sacrificio por los pecadores. Jesús sabía que si él se salvaba a sí mismo, no salvaría a la humanidad. Él estaba decidido a morir por los pecados del mundo.

III. El Amor y la Gracia de Dios

La muerte sacrificial de Cristo reveló el amor de Dios y de Cristo por los pecadores. El plan de salvación de Dios a través del sacrificio de su Hijo fue un sacrificio de gracia. Fue un acto de amor sin paralelo el consentimiento de Cristo de cargar con los pecados de los hombres. El Padre no estaba obligado a proveer un sacrificio por los pecadores, el Hijo no estaba obligado a ser este sacrificio. Los pecadores no merecen ser salvos; son dignos de la muerte. Dios pudo haber destruido a todo pecador y ellos habrían recibido lo que merecen; pero les ofreció la salvación a través de su Hijo Jesucristo. ¡Esto es gracia! La dádiva es un regalo de Dios en relación con las necesidades del hombre en pecado.

Dios reveló su amor ante todo en el hecho de que no destruyó a la raza humana en el momento en que Adán y Eva pecaron. Dios en misericordia, gracia, y longanimidad postergó la época en que la pena del pecado será aplicada. Dios "estacionó" la ejecución de la pena del pecado hasta la destrucción del impío en la segunda muerte. Él retrasó el castigo para dar a los pecadores la oportunidad de arrepentimiento. La suprema revelación del amor de Dios por la humanidad está en que entregó a su Hijo en sacrificio. No puede ser imaginado un amor mayor que el que demostró Dios en el Calvario. (1 Juan 4: 9, 10, Romanos 5: 6-8, Juan 3: 16, 1 Juan 3: 16.)

IV. Singularidad de la Muerte de Cristo

La muerte de Cristo es única. Ella está colocada sola, como un evento singular en la historia de los hombres. Nunca hubo una muerte como la suya. Su sacrificio nunca puede ser duplicado, su sufrimiento nunca puede ser igualado. La singularidad de su muerte es consistente en el propósito, la importancia, y su infinita dignidad como Hijo de Dios. Otros sufrieron la crucifixión; muchos experimentaron la tortura agonizante. Incontables hombres inocentes, además, fueron ejecutados injustamente. La muerte de Cristo es única, no porque él haya muerto como mártir o experimentado la humillante muerte, sino porque sólo él es el Cordero de Dios que murió por los pecados del mundo. Su muerte no fue simplemente un martirio; fue un sacrificio. Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres. Sólo su muerte es la base de la reconciliación. Si los hombres rechazan al Cristo de la cruz, se quedan sin sacrificio en beneficio de ellos. Él es el único camino a Dios. Aparte de él no hay salvación.